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10 avril 2004
EL TIEMPO
Más de 22.000 ex cocaleros generan nueva colonización en 5 departamentos al margen de grupos armados

 
 


Entre las normas de convivencia está la prohibición de sembrar coca, ser "mandadero" de guerrilleros, paramilitares o del Ejército, y portar armas.

Todos son liderados por Jesús Hernán Román Fajardo Pejendino, un ex piloto de submarinos que se rebeló contra el paro cocalero de 2000.

Él se negaba a "tropeliar". El paro cocalero del 1996 "no le había dejado sino desgracia a los campesinos". Por eso, cuando le dieron la palabra en medio de la selva a la que fue citado, Hernán se plantó en medio de los otros 1.199 líderes para oponerse a la segunda 'revolución cocalera'.

"Vengo representando al Amazonas. Ustedes dicen que el que no salga al paro va a ser muerto, pues entonces aquí está la primera cabeza".

Era octubre del 2000, y las fumigaciones del Plan Colombia, que arruinaban cultivos legales e ilegales, habían prendido la mecha entre los campesinos de Cauca, Caquetá, Nariño, Putumayo y Amazonas.

Sin coca, sin comida y con tierras dañadas por el glifosato, hablaban de bloquear carreteras, quemar bancos agrarios y dar la vida si era el caso.

Lejos de cualquier imaginación, los campos del sur del país hervían y Hernán se negaba a dar a sus representados la orden de marchar.

"Pa' qué nos vamos a buscar la muerte. Lo de nosotros no más es conseguir la comida", recuerda que dijo ante los líderes campesinos de los cinco departamentos que estaban reunidos con él en las montañas del Putumayo.

Y sugirió otra revolución: Dejar las parcelas fumigadas y colonizar selvas, abrir monte y apropiarse de esas tierras que debían convertir en campos con comida, ganado y, sobre todo, con una vida tranquila. Sin coca, sin fumigaciones y sin guerra.

Sus palabras y su ánimo terminaron convenciendo. Algunos de los territorios que harían suyos eran reservas forestales, y todos, lugares donde además de animales de monte solo se veían guerrilleros.

"Lo mejor era pedirles (a los guerrilleros) que se hicieran pa' un lado pa' nosotros seguir trabajando. A mí la gente me encargó de hablar con ellos y también con los militares, pa que no nos fueran a bombardear cuando vieran humo saliendo de la selva".

Los 1.200 campesinos organizaron 24 juntas que en ese momento darían la cara por cerca de 7.000 colonos del sur de país, y nombraron como presidente general a Hernán.

Se llamarían Asociación Campesina de la Sierra, se regirían "por la ley de Dios" y castigarían bajo esa misma ley a quienes rompieran los reglamentos, escribieron en un acta. Quedaban comprometidos a trabajar todos para todos, a no sembrar coca, a no ser "mandaderos" de guerrilleros, paramilitares o Ejército, a no cargar armas...

"Quedaron unos abriendo monte pa'l Amazonas, otros pa'l Cauca, otros en el Caquetá. A mí me tocó por aquí, entre Putumayo y Nariño, porque era la zona más dura, la de campamentos más braveros, donde el Ejército no entraba porque salía falto de militares".

Los guerrilleros que Hernán contactó no autorizaron entrada a lugar alguno. Lo remitieron a la entonces zona de distensión, donde el gobierno de Andrés Pastrana dialogaba con las Farc. Era 'Raúl Reyes', le dijeron, el que debía decidir si permitía la naciente colonización campesina.

"Le presenté las actas y me dijo que con el desarrollo ellos no se podían meter; que hiciéramos los caminos, las carreteras, aunque en contra iban a estar el Gobierno y los organismos ambientales.

"Me dio un papel paque las tropas desocuparan. Es prohibido que pase un armado por donde estamos. Si alguno pasa lo informamos. Tenemos la orden de amarralo y tenelo hasta entregalo pa' que lo castiguen".

Camino a La Sierra

Valle del Jardín de la Sierra. Así, con un nombre pomposo como el suyo, llamó Hernán las 15 mil hectáreas que se propuso abrir con su gente entre Putumayo y Nariño. En un mapa de cartógrafo que apenas lee y escribe, definió los límites.

"Jardín, porque tiene tres climas pa' toda clase de cultivos, y Sierra, porque hay que hacelo en contra de los bosques".

La nueva colonización queda, dice el croquis que el campesino guarda en la carpeta de actas de la asociación, entre Orito (Putumayo) y Córdoba (Nariño). Metida entre las cordilleras Central, Oriental, la de Patascoy y el río Guamuez. Ahí llegaron los primeros 150 hombres el 2 de octubre del 2002.

"Trajimos remesa (mercado) pa' 15 días. El trabajo fue a machete y hacha. Teníamos una motosierra vieja y de vez en cuando alguno conseguía uno o dos litros de gasolina pa' alimentala.

"Salíamos unos y entraban otros pa' seguir desmontando. Después llegamos con las familias".

A este territorio, domado de a poco, se llega desde Orito por el cañón del río Sucio, a veces de selva oscura y a veces de cielo despejado. El camino para un citadino puede ser de cuatro horas después de una de trayecto en carro por la carretera hacia La Hormiga. De dos o un poco más para los colonos, hábiles para trepar, para pisar firme sobre piedra o barro y para atravesar, como equilibristas, los troncos que sirven de puentes sobre ríos profundos.

El camino a medio hacer que siguen en algunos tramos es el que dejó la empresa constructora del Oleoducto Trasandino. El 'tubo' atraviesa buena parte de la selva colonizada, donde plásticos negros que imitan ranchos y cuartos de madera dan señales de vida humana.

En Jardín de la Sierra ya hacen vida 350 familias y hay 650 lotes separados. Cada uno, dicen las actas, de 50 metros cuadrados.

"Hay veces que se ven apenas 30 familias porque las otras salen a trabajar. Todos, por turnos, salimos a buscar la comida a Orito, San Miguel, La Hormiga, y otros pueblos, limpiando potreros, abriendo chambas o raspando coca. Al acabarse la comida, uno trabaja en lo que le toca pa llevar la panela a la casa. La conseguimos y volvemos".

La rutina de los campesinos que se toman la intrincada naturaleza entre Putumayo y Nariño es parecida a la de quienes después del pacto del 2000 se fueron a colonizar las selvas de Caquetá, Cauca y Amazonas. En cada departamento hay un líder coordinando, pero pero todos se entienden con Hernán.

"Yo me la paso andando. Me llaman de todas partes pa' resolver problemas".

Al Amazonas, cuenta por ejemplo Hernán, le tocó ir para atender el juicio de un hombre de 20 años que violó a una niña de 7.

"Ya los asociados son 22.231", dice. Da el número de memoria y enseña luego una docena de carpetas en las que están las constancias. Las tiene, una sobre otra, en dos rústicas repisas de su rancho.

Por eso, cuando hablan de defenderse de un ataque de la guerrilla, de los paramilitares o del Gobierno hacen la cuenta de un ejército de campesinos de cinco departamentos, "cansados de los atropellos".

"Todo el que quiera trabajar puede asociarse. El único requisito es querer un pedazo de tierra y acatar el reglamento. Pa' evitar que entren infiltrados pedimos una recomendación de un presidente de junta o de un conocido. "Si dice: lo conozco de trato y negocio, se recibe tranquilamente. Si dice: lo conozco de vista y trato, lo mira uno con cautela".

"Cada quien recibe el lote, tumba y se devuelve a conseguir pa' la remesa. Viene a los dos meses cuando ya la madera está seca pa hacer el rancho y vuelve y sale".

Todo lo que los campesinos dicen, hacen y se proponen queda escrito en actas que Hernán lleva a donde va. Las encabezan figuras de animales y escudos.

"Un elefante porque es un acta fuerte. Un tigre, porque nos tienen desconfianza porque vivimos en la montaña. Nos ven como a guerrilleros y nos atropellan. La vaca es la ganancia y el escudo la libertad y el mando de nosotros".

Los dibujos, hechos en computador, extrañan en medio de esta vida simple, donde comen de lo que siembran y donde la carne es lo que da la caza: mico, armadillo, venado, paujil..."Las actas las hacen hijos de asociados que estudian afuera", explica el líder campesino.

Hay una dedicada a jóvenes de 10 a 17 años, huérfanos o de padres inválidos.

"Si son colaboradores de los trabajos comunitarios no podemos quitarles los derechos cuando vengan ayudas gubernamentales o de organismos internacionales... Los lastimaríamos moralmente... Empezaríamos a sembrar venganza, cuando tratamos es de desactivar la bomba sanguinaria haciendo conocer que si trabajamos la tierra honestamente podemos llegar a conocer los nietos, porque por lo demás no vemos por dónde empezar..."

Del agua al monte

Hernán, que desde niño navegaba los ríos Amazonas y Putumayo conduciendo remolcadores de Bavaria, terminó al timón de pirañas y cañoneros de la Armada.

Comenzó a calar entre los campesinos porque los militares lo enviaban a hacer charlas a las veredas. De hablar rústico pero de reflexiones profundas, se fue convirtiendo en el hombre de confianza de quienes habitaban a lo largo de los dos caudales. Por eso le pidieron que representara al Amazonas en el llamado al paro cocalero.

Pocos saben que también piloteaba submarinos y que llegó a hacerlo porque la pobreza en su vereda lo llevó a ser un niño andariego. Tenía 7 años cuando fue detenido por la Armada en el río Putumayo por conducir a tan poca edad un remolcador de Bavaria con 350 toneladas. La empresa fue sancionada.

Hoy, Hernán carga entre sus papeles una carta de recomendación del capitán retirado Alonso Acosta, el que en 1964 lo detuvo. Fue gente de Bavaria la que lo conectó con la Armada cuando tenía 16 años.

"Trabajaba con ellos por la comida, por un pantalón o una camisa. Me gustó aprender porque cada vez me enseñaban un aparato más veloz. Uno enseñao a andar a remo en una canoita y de pronto a manejar un motor con 20 pasajeros me parecía muy bueno. De ahí, manejar un barco se me hacía bonito.

"Después concursé pal submarino. Al principio se siente liviano, se siente la sangre muy fría, se ve estrellado en las rocas, pero luego se va acostumbrando. Es como andar en un taxi de noche".

Fue el llamado de los cocaleros del Amazonas el que lo alejó de la Armada. "No me quisieron dar la libreta porque me retiré. En 25 años de vivir con ellos no me gané siquiera los papeles".

Militares lo han acusado de haberse "volteado" y guerrilleros de ser un soldado del Gobierno.Y en Orito, los pocos que saben de la existencia de Jardín de la Sierra, ven la colonización como "una de las repúblicas independientes soñadas por las Farc".

Allá, donde en las noches solo se escuchan las aguas corriendo, sueñan con el día en que van a autoabastecerse. Ya prueban con sembrados de repollo, cebolla, pepino y pimentón en las partes altas, y con caña y plátano en los sitios bajos.

"Cada quien se ubica dependiendo del clima que resista. El que está viejo y le da duro la parte alta, puede pedir ir pa la parte media".

Dos muchachas bachilleres hacen de maestras de 54 niños y dos más, de promotoras de salud. Las entrenan para curar males a punta de bebidas ancestrales. Son las primeras en apuntarse a la hora de sacar del monte en camilla a quien tiene una enfermedad que promete esperar la llegada al pueblo. Al que no parece resistir el inhóspito camino "toca dejarlo morir", cuentan.

Y porque sienten la desconfianza de todo lado, también se entrenan "por si una guerra".

"No queremos peliar, que nos dejen trabajar, pero si no nos dejan vamos a defendenos. Los ancianos, los niños, todos, conocen la tierra más que los guerrilleros y el Ejército. Los llevamos a que la recorran pa'que aprendan a defendela", remata Hernán. Y promete que pelearán, "a machete y puñal", esta que consideran una reforma agraria forzada por las fumigaciones y la guerra.

MARISOL GÓMEZ GIRALDO
Enviada Especial de EL TIEMPO
Putumayo