Entre las normas de convivencia está la prohibición
de sembrar coca, ser "mandadero" de guerrilleros,
paramilitares o del Ejército, y portar armas.
Todos son liderados por Jesús Hernán Román
Fajardo Pejendino, un ex piloto de submarinos que se rebeló
contra el paro cocalero de 2000.
Él se negaba a "tropeliar". El paro cocalero
del 1996 "no le había dejado sino desgracia a
los campesinos". Por eso, cuando le dieron la palabra
en medio de la selva a la que fue citado, Hernán se
plantó en medio de los otros 1.199 líderes para
oponerse a la segunda 'revolución cocalera'.
"Vengo representando al Amazonas. Ustedes dicen que
el que no salga al paro va a ser muerto, pues entonces aquí
está la primera cabeza".
Era octubre del 2000, y las fumigaciones del Plan Colombia,
que arruinaban cultivos legales e ilegales, habían
prendido la mecha entre los campesinos de Cauca, Caquetá,
Nariño, Putumayo y Amazonas.
Sin coca, sin comida y con tierras dañadas por el
glifosato, hablaban de bloquear carreteras, quemar bancos
agrarios y dar la vida si era el caso.
Lejos de cualquier imaginación, los campos del sur
del país hervían y Hernán se negaba a
dar a sus representados la orden de marchar.
"Pa' qué nos vamos a buscar la muerte. Lo de
nosotros no más es conseguir la comida", recuerda
que dijo ante los líderes campesinos de los cinco departamentos
que estaban reunidos con él en las montañas
del Putumayo.
Y sugirió otra revolución: Dejar las parcelas
fumigadas y colonizar selvas, abrir monte y apropiarse de
esas tierras que debían convertir en campos con comida,
ganado y, sobre todo, con una vida tranquila. Sin coca, sin
fumigaciones y sin guerra.
Sus palabras y su ánimo terminaron convenciendo. Algunos
de los territorios que harían suyos eran reservas forestales,
y todos, lugares donde además de animales de monte
solo se veían guerrilleros.
"Lo mejor era pedirles (a los guerrilleros) que se hicieran
pa' un lado pa' nosotros seguir trabajando. A mí la
gente me encargó de hablar con ellos y también
con los militares, pa que no nos fueran a bombardear cuando
vieran humo saliendo de la selva".
Los 1.200 campesinos organizaron 24 juntas que en ese momento
darían la cara por cerca de 7.000 colonos del sur de
país, y nombraron como presidente general a Hernán.
Se llamarían Asociación Campesina de la Sierra,
se regirían "por la ley de Dios" y castigarían
bajo esa misma ley a quienes rompieran los reglamentos, escribieron
en un acta. Quedaban comprometidos a trabajar todos para todos,
a no sembrar coca, a no ser "mandaderos" de guerrilleros,
paramilitares o Ejército, a no cargar armas...
"Quedaron unos abriendo monte pa'l Amazonas, otros pa'l
Cauca, otros en el Caquetá. A mí me tocó
por aquí, entre Putumayo y Nariño, porque era
la zona más dura, la de campamentos más braveros,
donde el Ejército no entraba porque salía falto
de militares".
Los guerrilleros que Hernán contactó no autorizaron
entrada a lugar alguno. Lo remitieron a la entonces zona de
distensión, donde el gobierno de Andrés Pastrana
dialogaba con las Farc. Era 'Raúl Reyes', le dijeron,
el que debía decidir si permitía la naciente
colonización campesina.
"Le presenté las actas y me dijo que con el desarrollo
ellos no se podían meter; que hiciéramos los
caminos, las carreteras, aunque en contra iban a estar el
Gobierno y los organismos ambientales.
"Me dio un papel paque las tropas desocuparan. Es prohibido
que pase un armado por donde estamos. Si alguno pasa lo informamos.
Tenemos la orden de amarralo y tenelo hasta entregalo pa'
que lo castiguen".
Camino a La Sierra
Valle del Jardín de la Sierra. Así, con un
nombre pomposo como el suyo, llamó Hernán las
15 mil hectáreas que se propuso abrir con su gente
entre Putumayo y Nariño. En un mapa de cartógrafo
que apenas lee y escribe, definió los límites.
"Jardín, porque tiene tres climas pa' toda clase
de cultivos, y Sierra, porque hay que hacelo en contra de
los bosques".
La nueva colonización queda, dice el croquis que el
campesino guarda en la carpeta de actas de la asociación,
entre Orito (Putumayo) y Córdoba (Nariño). Metida
entre las cordilleras Central, Oriental, la de Patascoy y
el río Guamuez. Ahí llegaron los primeros 150
hombres el 2 de octubre del 2002.
"Trajimos remesa (mercado) pa' 15 días. El trabajo
fue a machete y hacha. Teníamos una motosierra vieja
y de vez en cuando alguno conseguía uno o dos litros
de gasolina pa' alimentala.
"Salíamos unos y entraban otros pa' seguir desmontando.
Después llegamos con las familias".
A este territorio, domado de a poco, se llega desde Orito
por el cañón del río Sucio, a veces de
selva oscura y a veces de cielo despejado. El camino para
un citadino puede ser de cuatro horas después de una
de trayecto en carro por la carretera hacia La Hormiga. De
dos o un poco más para los colonos, hábiles
para trepar, para pisar firme sobre piedra o barro y para
atravesar, como equilibristas, los troncos que sirven de puentes
sobre ríos profundos.
El camino a medio hacer que siguen en algunos tramos es el
que dejó la empresa constructora del Oleoducto Trasandino.
El 'tubo' atraviesa buena parte de la selva colonizada, donde
plásticos negros que imitan ranchos y cuartos de madera
dan señales de vida humana.
En Jardín de la Sierra ya hacen vida 350 familias
y hay 650 lotes separados. Cada uno, dicen las actas, de 50
metros cuadrados.
"Hay veces que se ven apenas 30 familias porque las
otras salen a trabajar. Todos, por turnos, salimos a buscar
la comida a Orito, San Miguel, La Hormiga, y otros pueblos,
limpiando potreros, abriendo chambas o raspando coca. Al acabarse
la comida, uno trabaja en lo que le toca pa llevar la panela
a la casa. La conseguimos y volvemos".
La rutina de los campesinos que se toman la intrincada naturaleza
entre Putumayo y Nariño es parecida a la de quienes
después del pacto del 2000 se fueron a colonizar las
selvas de Caquetá, Cauca y Amazonas. En cada departamento
hay un líder coordinando, pero pero todos se entienden
con Hernán.
"Yo me la paso andando. Me llaman de todas partes pa'
resolver problemas".
Al Amazonas, cuenta por ejemplo Hernán, le tocó
ir para atender el juicio de un hombre de 20 años que
violó a una niña de 7.
"Ya los asociados son 22.231", dice. Da el número
de memoria y enseña luego una docena de carpetas en
las que están las constancias. Las tiene, una sobre
otra, en dos rústicas repisas de su rancho.
Por eso, cuando hablan de defenderse de un ataque de la guerrilla,
de los paramilitares o del Gobierno hacen la cuenta de un
ejército de campesinos de cinco departamentos, "cansados
de los atropellos".
"Todo el que quiera trabajar puede asociarse. El único
requisito es querer un pedazo de tierra y acatar el reglamento.
Pa' evitar que entren infiltrados pedimos una recomendación
de un presidente de junta o de un conocido. "Si dice:
lo conozco de trato y negocio, se recibe tranquilamente. Si
dice: lo conozco de vista y trato, lo mira uno con cautela".
"Cada quien recibe el lote, tumba y se devuelve a conseguir
pa' la remesa. Viene a los dos meses cuando ya la madera está
seca pa hacer el rancho y vuelve y sale".
Todo lo que los campesinos dicen, hacen y se proponen queda
escrito en actas que Hernán lleva a donde va. Las encabezan
figuras de animales y escudos.
"Un elefante porque es un acta fuerte. Un tigre, porque
nos tienen desconfianza porque vivimos en la montaña.
Nos ven como a guerrilleros y nos atropellan. La vaca es la
ganancia y el escudo la libertad y el mando de nosotros".
Los dibujos, hechos en computador, extrañan en medio
de esta vida simple, donde comen de lo que siembran y donde
la carne es lo que da la caza: mico, armadillo, venado, paujil..."Las
actas las hacen hijos de asociados que estudian afuera",
explica el líder campesino.
Hay una dedicada a jóvenes de 10 a 17 años,
huérfanos o de padres inválidos.
"Si son colaboradores de los trabajos comunitarios no
podemos quitarles los derechos cuando vengan ayudas gubernamentales
o de organismos internacionales... Los lastimaríamos
moralmente... Empezaríamos a sembrar venganza, cuando
tratamos es de desactivar la bomba sanguinaria haciendo conocer
que si trabajamos la tierra honestamente podemos llegar a
conocer los nietos, porque por lo demás no vemos por
dónde empezar..."
Del agua al monte
Hernán, que desde niño navegaba los ríos
Amazonas y Putumayo conduciendo remolcadores de Bavaria, terminó
al timón de pirañas y cañoneros de la
Armada.
Comenzó a calar entre los campesinos porque los militares
lo enviaban a hacer charlas a las veredas. De hablar rústico
pero de reflexiones profundas, se fue convirtiendo en el hombre
de confianza de quienes habitaban a lo largo de los dos caudales.
Por eso le pidieron que representara al Amazonas en el llamado
al paro cocalero.
Pocos saben que también piloteaba submarinos y que
llegó a hacerlo porque la pobreza en su vereda lo llevó
a ser un niño andariego. Tenía 7 años
cuando fue detenido por la Armada en el río Putumayo
por conducir a tan poca edad un remolcador de Bavaria con
350 toneladas. La empresa fue sancionada.
Hoy, Hernán carga entre sus papeles una carta de recomendación
del capitán retirado Alonso Acosta, el que en 1964
lo detuvo. Fue gente de Bavaria la que lo conectó con
la Armada cuando tenía 16 años.
"Trabajaba con ellos por la comida, por un pantalón
o una camisa. Me gustó aprender porque cada vez me
enseñaban un aparato más veloz. Uno enseñao
a andar a remo en una canoita y de pronto a manejar un motor
con 20 pasajeros me parecía muy bueno. De ahí,
manejar un barco se me hacía bonito.
"Después concursé pal submarino. Al principio
se siente liviano, se siente la sangre muy fría, se
ve estrellado en las rocas, pero luego se va acostumbrando.
Es como andar en un taxi de noche".
Fue el llamado de los cocaleros del Amazonas el que lo alejó
de la Armada. "No me quisieron dar la libreta porque
me retiré. En 25 años de vivir con ellos no
me gané siquiera los papeles".
Militares lo han acusado de haberse "volteado"
y guerrilleros de ser un soldado del Gobierno.Y en Orito,
los pocos que saben de la existencia de Jardín de la
Sierra, ven la colonización como "una de las repúblicas
independientes soñadas por las Farc".
Allá, donde en las noches solo se escuchan las aguas
corriendo, sueñan con el día en que van a autoabastecerse.
Ya prueban con sembrados de repollo, cebolla, pepino y pimentón
en las partes altas, y con caña y plátano en
los sitios bajos.
"Cada quien se ubica dependiendo del clima que resista.
El que está viejo y le da duro la parte alta, puede
pedir ir pa la parte media".
Dos muchachas bachilleres hacen de maestras de 54 niños
y dos más, de promotoras de salud. Las entrenan para
curar males a punta de bebidas ancestrales. Son las primeras
en apuntarse a la hora de sacar del monte en camilla a quien
tiene una enfermedad que promete esperar la llegada al pueblo.
Al que no parece resistir el inhóspito camino "toca
dejarlo morir", cuentan.
Y porque sienten la desconfianza de todo lado, también
se entrenan "por si una guerra".
"No queremos peliar, que nos dejen trabajar, pero si
no nos dejan vamos a defendenos. Los ancianos, los niños,
todos, conocen la tierra más que los guerrilleros y
el Ejército. Los llevamos a que la recorran pa'que
aprendan a defendela", remata Hernán. Y promete
que pelearán, "a machete y puñal",
esta que consideran una reforma agraria forzada por las fumigaciones
y la guerra.
MARISOL GÓMEZ GIRALDO
Enviada Especial de EL TIEMPO
Putumayo
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