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28 janvier 2004
REVISTA SEMANA
El juicio de las triquiñuelas
El periodista peruano Angel Páez analiza para SEMANA la estrategia de defensa de Vladimiro Montesinos en el juicio por las armas de las Farc.

 
 


A la justicia peruana le costó más de tres años acopiar evidencia contra Vladimiro Montesinos como autor intelectual del contrabando de 10.000 fusiles AK-47 comprados al ejército de Jordania y luego traspasados a las Farc. Pero al ex poderoso hombre fuerte del régimen de Alberto Fujimori le bastó menos de un minuto para trabar el engranaje del tribunal que lo podría condenar a 20 años de prisión. Contra todo pronóstico, la defensa de Montesinos pidió -y lo consiguió- que los jueces citaran como testigo al jefe de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), George Tenet.

Durante toda la investigación, y no obstante los testimonios de sus socios y cómplices, negó haber operado bajo la tutela de la CIA, y sin embargo ahora exigía la presencia del mandamás de ésta, a sabiendas de que es casi imposible que acepte hablar. Cualquiera sea el resultado de la maniobra, ahora todos hablan de Tenet como si él estuviera en el banquillo y no de Montesinos, el cerebro de una conspiración que recién se ha comenzado a aclarar.

A diferencia de los otros 70 juicios que enfrenta quien condujo con mano dura y durante una década el temible Servicio de Inteligencia Nacional (SIN), Montesinos se dedicó con obsesión a fabricar triquiñuelas para entrabar el proceso. Según el procurador dedicado al tema, Ronald Gamarra Herrera, la defensa del ex asesor presidencial presentó más de un centenar de escritos con increíbles observaciones. "Lo único que faltaba era que reclamara la presencia de Juan Pablo II", dice Gamarra.

A pesar de encontrarse encerrado en una prisión inexpugnable, que el propio Montesinos mandó a construir en la Base Naval del Callao, horas antes del inicio del juicio se filtró a la prensa el rumor de que la abogada Estela Valdivia, quien además de representar a su cliente tendría un romance con este, estaba embarazada. La prensa se dedicó a indagar sobre ello en lugar de preguntar sobre las pruebas contra Montesinos. Pero ni siquiera la negativa del ex jefe del espionaje peruano a responder a las preguntas del tribunal, en protesta porque supuestamente ocupa una celda donde no se respetan sus derechos humanos, desanimó a los magistrados que dieron lectura a los cargos.

Un testimonio clave que prueba la responsabilidad de Montesinos en el tráfico de armas es el del libanés conocido como 'el mercader de la muerte', Sarkis Soghanalian Kupelian. Ante el Departamento de Justicia y la Fiscalía de Estados Unidos, Soghanalian, quien se encuentra bajo protección gubernamental, detalló las dos reuniones que sostuvo en Lima en enero de 1999 con el entonces consejero de Fujimori. Aclaró que los 10.000 fusiles eran parte de un total de 50.000, que el contrato incluía misiles antiaéreos SAM-7 de fabricación rusa y equipos de telecomunicaciones.

Al parecer, Montesinos pretendía potenciar la capacidad de fuego de las Farc, ya que según el vendedor de armas acordó con él un negocio por 78 millones de dólares. Para tener una idea de la dimensión de lo que se pretendía comprar, por los 50.000 fusiles Soghanalian pidió 700.000 dólares, lo que representa el 0,89 por ciento del total. Además, Montesinos estaba apurado: "Me quiso pagar 20 millones en efectivo (en ese momento), pero le dije que no, mejor una transferencia desde su banco". El libanés decidió hablar ante las autoridades norteamericanas, a solicitud de la justicia peruana, porque el ex asesor presidencial, para librarse del enredo, acusó a Soghanalian de haber sido el cerebro del contrabando.

Como han informado investigadores de The New York Times y The Washington Post, el comerciante libanés es un conocido colaborador de la CIA, como Montesinos. El primero proveyó armamento a los 'contras', que con financiamiento de la agencia estadounidense intentaron derrocar el gobierno sandinista, y suministró 200 helicópteros a Saddam Hussein cuando este era un mimado de la Casa Blanca en los años 80. Y Montesinos, que a mediados de los 70, cuando era capitán del Ejército y colaborador del gobierno militar del general Juan Velasco Alvarado, viajó en secreto a Washington para asistir a reuniones en el Pentágono y la CIA, y entregar información sobre el armamento comprado por Perú a la Unión Soviética.

Cuando llegó al poder con Fujimori, restableció su relación camuflada como 'cooperación' en la lucha antidrogas y contraterrorista. Cuando Soghanalian se reunió en Lima con Montesinos para discutir el negocio de 78 millones de dólares, el libanés sabía perfectamente que estaba hablando de tú a tú con un amigo de la CIA.

Aunque durante su declaración ante las autoridades norteamericanas no se tocó el tema de la presunta participación de la agencia norteamericana, Soghanalian dejó establecido que el servicio de inteligencia militar jordano comunicó de la venta de armamento a la estación de la CIA en

Ammán. "Ellos me aseguraron que lo hicieron", dijo. El procurador peruano Ronald Gamarra precisó que "existen suficientes indicios" de la intervención del espionaje norteamericano en el contrabando de armamento a las Farc, y que por eso mismo solicitó el testimonio del ex jefe de la estación de la CIA en Lima, Robert Gorelick, y de otros dos agentes, Thomas W. Sánchez y John Stuard. "Con Gorelick me reunía de dos a tres veces a la semana", declaró en su momento Montesinos.

El 9 de agosto de 2000, Gorelick y sus dos compañeros se presentaron ante el jefe de la inteligencia peruana, el almirante Humberto Rozas Bonucelli, para entregarle copias del contrato de venta de los 10.000 fusiles AK-47. Gorelick le dijo a Rozas que investigara el caso porque parte del armamento había sido encontrado en poder de las Farc. El almirante Rozas, que sólo cumplía funciones formales porque el verdadero hombre fuerte era Montesinos, de inmediato llamó a este para informarle de lo ocurrido. En menos de dos semanas, el 20 de agosto, Fujimori y su asesor organizaron una conferencia de prensa y anunciaron que el Servicio de Inteligencia Nacional (SIN) le había asestado "un devastador golpe a una organización de traficantes de armas". Montesinos, quien no estaba acostumbrado a salir en público, alardeó del éxito de la operación. Fujimori lo aplaudió y felicitó.

"Y ahora demanda la presencia del jefe de la CIA, George Tenet", apuntó el procurador Ronald Gamarra: "Montesinos le tiene miedo a este caso en particular porque los delitos que cometió se castigan con 20 años de prisión. No quiere hablar, recusa a los jueces, se enferma repentinamente, se queja de todo para entrampar el proceso. Y hará todo lo que sea para sabotear el caso, pero confío en que finalmente será sentenciado como se merece".

Un último recurso que la defensa del Estado peruano no descarta que Montesinos intentaría, sería admitir la intervención de la CIA en la entrega de armas a las Farc, para generar una controversia internacional y distraer la atención sobre su responsabilidad. Quizá para prevenir esa posibilidad, la jueza del Distrito de Columbia, Deborah A. Robinson, apuraría un pedido de extradición de Montesinos, por una investigación sobre tráfico de armas y de drogas que inició con el testimonio de un ex guerrillero de las Farc que se encuentra bajo protección norteamericana. Para empezar, ya solicitó la extradición de José Luis Aybar Cancho, el representante de Montesinos en la operación. Está probado que el hermano de José Luis, Luis Frank Aybar Cancho, se encargó de vender las armas a las Farc. De allí, la lógica del pedido de la jueza Robinson. Parece que les resulta más cómodo tener a Montesinos en una cárcel estadounidense, como sucedió con el ex dictador Manuel Antonio Noriega, otro notorio ex colaborador de la CIA.