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8 février 2004
EL COLOMBIANO
ENTRE EL OLVIDO Y EL MIEDO. PUTUMAYO EN EL OLVIDO
Putumayo aun es escenario de guerra contra ilegales y drogas.
En el puente internacional San Miguel, ecuatorianos vigilan día y noche.
Ataques de la guerrilla a la infraestructura son algo rutinario.
Fuerza Pública mantiene un gran despliegue en algunas carreteras.

 
 

 

Por Carlos Olimpo Restrepo S.
Enviado especial San Miguel, Putumayo

El más reciente ataque al oleoducto transandino se registró el pasado domingo. Dos tramos del tubo fueron volados con explosivos instalados por guerrilleros del frente 48 de las Farc.

Las huellas de estas acciones son claramente visibles a orillas de la vía entre Orito y San Miguel, Putumayo, departamento por donde pasa más de la mitad los 360 kilómetros de esta infraestructura, que lleva el crudo desde aquí hasta el puerto de Tumaco, Nariño, sobre el océano Pacífico.

Entre noviembre de 2003 y enero de este año, el oleoducto ha sufrido más de 30 atentados, lo que ha obligado a detener, en repetidas ocasiones, el bombeo del petróleo, que a veces se derrama sobre ríos como el Guamuez o el San Miguel, que bañan esta región del sur del país, en la frontera con Ecuador, o que se riega por los pequeños pantanos naturales que hay en la zona.

Riqueza peligrosa

Este departamento, con poco más de 350.000 habitantes asentados en los 12 municipios que se reparten 24.885 kilómetros cuadrados entre los ríos Caquetá y Putumayo, es considerado uno de los más conflictivos del país.

En medio de las estribaciones del Macizo Colombiano o sobre las extensas llanuras selváticas, el petróleo y la coca despiertan las ambiciones de guerrilla y autodefensas, que no vacilan en pasar sobre la población civil para lograr su cometido.

No es difícil observar, desde el aire o en tierra, los espacios que nativos y colonos le robaron a la selva para sembrar coca, planta que les genera ingresos cuatro y cinco veces superiores a los demás cultivos.

Por eso no es raro ver camionetas todoterreno, de modelos recientes, metidas por unas carreteras en muy mal estado, aunque algunas tienen una capa de asfalto que, en las horas de más calor, se ablanda y dificulta el tránsito.

Aquí, el Gobierno Nacional llegó -al finalizar la administración de Andrés Pastrana- con planes de sustitución de cultivos ilícitos y con fumigaciones intensivas sobre las plantaciones de coca, acompañadas de un gran despliegue de Fuerza Pública, en parte gracias a los aportes de Estados Unidos al Plan Colombia.

La concentración de fuerzas no es coincidencial. Putumayo hace parte de la frontera de Colombia con Ecuador y Perú que, por su naturaleza agreste, se convierte en un sitio propicio para el tráfico ilegal de armas, drogas y personas, y de algunas mercancías.

Puentes atacados

Los ataques no sólo se dan contra el oleoducto. "Como a las cinco de la mañana llegaron a la casa y nos dijeron que saliéramos, que iban a estallar el puente. Nos llevaron con ellos y como a los cinco minutos sentimos el ruido. Cuando volvimos, esta parte estaba caída, lo mismo que la casa".

Las palabras son de una habitante de La Hormiga, testigo de excepción de la voladura, también por parte de las Farc, del puente sobre el río Guamuez, ocurrida la madrugada del 9 de diciembre de 2003.

Las dos casas de la orilla sur del puente cayeron al río, junto con un tramo de la infraestructura. Otras viviendas, levantadas en madera y ubicadas incluso a unos 500 metros del lugar, fueron afectadas por la explosión.

Hoy, los viajeros y la carga entre el norte y el sur del departamento deben transbordar en este lugar, cercano al caserío de El Tigre, en el municipio del Valle del Guamuez (La Hormiga es su cabecera municipal) o aventurarse por una carretera casi tres veces más larga y en condiciones más difíciles, por el departamento de Nariño, más al occidente.

Los primeros días, los transeúntes cruzaban en canoas. Un hombre juntó unas tablas con cables y cuerdas, para unir los poco más de veinte metros entre la orilla y el pedazo del puente que quedó en pie. Pasar por allí valía mil pesos por persona, más caro que cruzar por agua, pero sin tener que bajar, cargado de maletas, por un empinado barranco, y subir luego de la misma manera.

El negocio de este hombre -un ser anónimo del que nadie parece saber su nombre- se terminó a comienzos de enero, cuando miembros de la columna móvil Belén de los Andaquíes de las autodefensas lo obligaron a irse, por considerar abusivo el cobro.

Otro puente -sobre el río Caquetá y ubicado en el caserío de Condagua, Mocoa- también fue volado hace dos semanas, por lo que el transporte con el interior del país fue bloqueado. El pasado miércoles, con la instalación de un puente provisional por parte de ingenieros del Ejército, la emergencia fue superada.

Vigilancia permanente

Estos ataques a la infraestructura son realizados pese al elevado número de miembros de la fuerza pública que hacen presencia en Putumayo.

El componente militar del Plan Colombia se nota allí. No es raro encontrar en cualquier vía a soldados profesionales de la Brigada 27 de Selva, que además de patrullar y hacer retenes de control, deben hacer frente a los grupos ilegales que se lucran de la coca que todavía se produce en este departamento, aunque en menor escala que hace dos años, debido a la lluvia de glifosato que obligó a desplazar los cultivos hacia los vecinos departamentos de Caquetá y Nariño.

Fuerzas contraguerrilla de la Policía Nacional permanecen en los cascos urbanos y en algunos caseríos, en cuarteles fortificados, donde vigilan y dan seguridad a la población.

Ninguna medida de protección sobra, en especial en municipios como La Hormiga, San Miguel y Orito, escenarios de fuertes combates hasta hace pocos años y en los que la fuerza pública perdió a varios hombres a manos de guerrilleros del frente 48 de las Farc.

Este grupo aprovecha las horas nocturnas para atacar el oleoducto y los puentes, y asomarse por los pequeños caseríos, como una manera de demostrar que aunque están replegados por la acción de la Fuerza Pública, todavía representan una amenaza para este departamento, cuyo despeje es pedido por las Farc -junto con Caquetá- como condición para volverse a sentar en una mesa de diálogo con el Gobierno, a lo que la administración de Álvaro Uribe se opone.

La coca sigue

Hoy los campesinos cultivan la coca en parcelas más pequeñas y mejor camufladas, para evitar la acción de los grupos antinarcóticos.

"De una parcela de más o menos una hectárea, una familia puede recibir un promedio de dos millones de pesos mensuales", señala un labriego de El Tigre, para explicar porqué muchos se niegan a tener un cultivo legal.

Otra mujer de este caserío, situado a unos 30 kilómetros de La Hormiga, sostiene que "la verdad, verdad, la coca era la riqueza de esta zona, era lo único que daba plata, y el Gobierno intentó obligarnos a que la dejáramos de un día para otro, pero eso así no funciona, eso no es tan fácil como cambiarse una camisa".

Agrega que "era muy triste no tener animalitos, ni otros cultivos, pero había con qué comprar los huevos y el maíz que venían de Ecuador y las otras mercancías que entraban por Nariño y Caquetá".

Hoy, quienes todavía tienen un cultivo de hoja de coca deben moverse con mucho cuidado. Los grupos ilegales, en especial las autodefensas, intentan evitar que esta materia prima de la cocaína llegue a manos de traficantes independientes que pagan su "impuesto" a la guerrilla para procesarla y sacarla de ese departamento.

La última semana de enero, en las afueras de Puerto Asís, un campesino fue asesinado por miembros del Bloque Putumayo, porque al parecer vendió su cosecha a un hombre que tiene relaciones con las Farc.

A pesar de ello y de las amenazas del Gobierno Nacional de expropiar las tierras de los campesinos que reincidan en los cultivos ilícitos, los lugareños no parecen estar dispuestos a cambiar.

"Para que esta tierra dé algo rentable, que no sea coca, se necesitan por lo menos tres o cuatro hectáreas y más de un año. En cambio con la coca, en una hectárea puedo empezar a cosechar en seis meses", dice un labriego de La Dorada, San Miguel, dispuesto a sacrificar su tranquilidad por unos pesos que le garantizan el sustento.

En este contexto, es difícil que los programas de sustitución de cultivos y de Familias Guardabosques puedan tener éxito.

El último pueblo

Puerto Colón, en el municipio de San Miguel, es el último caserío colombiano en la frontera con Ecuador, por donde se puede cruzar legalmente hacia ese país.

Allí, sobre el río San Miguel, el puente internacional que lleva el mismo nombre, en vez de unir, separa. Esta obra, de 132 metros de largo y 12 de ancho que fue comenzada a construir a mediados de los años 90 e inaugurada en 2000, es vigilada día y noche por un pelotón del Ejército ecuatoriano.

"Siempre han estado ahí, ahora hay más, pero nunca se han ido de allá", dice la propietaria de un negocio en el lado colombiano, mientras señala a las fuerzas del vecino país que controlan el tránsito de personas y mercancías.

"¿Y de Colombia no hay nadie?". La respuesta sale en voz baja: "Casi no viene nadie".

Apenas la mujer termina de pronunciar la frase, cerca de 20 hombres del Ejército Nacional aparecen en la polvorienta y ardiente carretera. Hablan con algunos habitantes y se dirigen despacio por el puente, entre los carros que traspasan la mercancía de uno a otro lado.

Tras una media hora de charla, los soldados de un lado y otro se despiden con el mutuo deseo de buena suerte y, de nuevo, el lado colombiano queda sin fuerza pública.

Otro habitante del lugar reconoce que estas esporádicas apariciones de la Fuerza Pública han servido para ahuyentar a los ilegales.

"Por lo menos no han vuelto los del bloque Putumayo (de las autodefensas). A veces se metían en las noches al otro lado, se robaban camiones con mercancía y se volaban otra vez para acá, en medio de una plomacera muy brava", recuerda.

Agrega que "algunas veces se nos llevaban algo, pero casi siempre robaban en Ecuador".

Pasa de todo

La falta de autoridades aduaneras y de migración en este lugar facilitan el tránsito ilegal y el contrabando de algunos productos.

La presencia estatal más frecuente en el puente internacional de San Miguel es algún funcionario del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA), encargado de que el ganado que pasa por allí cumpla con las normas sanitarias exigidas por el país.

Fue por aquí por donde, el 17 de diciembre pasado, Juan Alberto Rodríguez cruzó desde Puerto Colón hacia Lago Agrio, en la provincia ecuatoriana de Sucumbíos.

Este hombre era en realidad Juvenal Ovidio Ricardo Palmera Pineda, conocido en las filas de las Farc como Simón Trinidad, uno de los negociadores con el gobierno de Pastrana, quien fue detenido el 2 de enero pasado en Quito y deportado, dos días después, a Bogotá, y cuyo fácil tránsito por el sur del país dejó en evidencia la falta de control sobre este punto específico de la frontera sur de Colombia.

El problema no es sólo de este lado: Ecuador sólo mantiene el grupo de militares sobre el puente, pero el resto de la frontera está prácticamente abandonado.

Vías ocultas

A unos pocos metros al oriente y occidente del puente internacional San Miguel, la vegetación oculta algunos senderos por donde no se requiere documentos para transitar entre un país y otro.

"A veces toca moverse por ahí, porque aunque uno tenga el pasaporte, si ellos (los ecuatorianos) no quieren, empiezan a decirle que se necesita visa y eso vale mucho", dice una mujer que acaba de regresar, de manera legal, por el puente.

Señala que aunque el clima y el paisaje entre Colombia y Ecuador no varían demasiado, al pasar el río San Miguel hacia el vecino país se nota el cambio. "La carretera es muy buena y uno no se preocupa porque ya van a aparecer los unos o los otros", dice en alusión a guerrilla y autodefensas.

"A veces los ecuatorianos dicen cosas de nosotros, que somos malos pero yo les respondo que es como en todo: hay personas buenas y personas malas", sostiene la mujer.

Cruzar el río, si se viaja de manera clandestina, no es difícil. Algunos se ganan unos pesos con este servicio. En las canoas se trasladan, de un lado a otro, personas y gas.

"Mientras el cilindro de gas pequeño en Ecuador no pasa de los 18 mil pesos, en Colombia puede llegar a los 25 mil. Por eso, muchos de los que viven aquí compran ese gas. El resto, es más caro allá, porque tiene precios en dólares", explica uno de estos hombres que ayuda a salvar los obstáculos legales, sin hacer preguntas ni comentarios sobre otros productos que transportan.

Esta vía ha sido también la ruta de escape para muchos colombianos, más de 20.000 según las cifras del Gobierno ecuatoriano, que huyen de la violencia de nuestro país.

Para ellos, el camino de regreso estará cerrado mientras persistan la guerra y el olvido sobre esta región, a la que se le dio la espalda durante muchas décadas.