nouvelles sur la colombie  
     
 

9 mars 2004
EL TIEMPO
Ex ministro de Medio Ambiente Ernesto Guhl explica por qué considera equivocada la fumigación

 
 


Los parques naturales son el banco de los recursos genéticos de la nación, en ellos anida la biodiversidad y además son fuente de agua para cerca de 20 millones de ciudadanos y de otros servicios ambientales para toda la población. Proteger los parques naturales es deber irrenunciable del estado para el bienestar presente y futuro de los colombianos, consagrado en la ley y en convenios internacionales.

Hoy se habla de extender las fumigaciones a estas áreas protegidas para controlar los cultivos ilícitos que hay en ellas, con lo cual no puede estar de acuerdo ninguna persona que tenga algún respeto por la vida, el medio ambiente y la naturaleza. Sin embargo, el propósito de esta nota no es argumentar en contra de una decisión tan controversial y alejada de las consideraciones ambientales, que obedece seguramente a presiones internacionales para mostrar en el exterior que se está logrando "algo" contra el flagelo de las drogas. La intención es dejar de lado esta discusión para ir al fondo del problema y señalar algunas ideas en contra de una política equivocada para controlarlo, como es la fumigación.

Colombia ha estado sometida a ella desde hace décadas. Las primeras fumigaciones se efectuaron sobre la Sierra Nevada de Santa Marta con el tristemente celebre Paraquat, que arrasó invaluables bosques de sus vertientes. La fumigación fue ampliándose sobre el territorio nacional a medida que aumentaban los narcocultivos desplazados de Bolivia y del Perú precisamente por la fumigación. El principal agente utilizado ha sido el Glifosato, del cual se afirma que es inocuo, pero naturalmente sus efectos dependen de la concentración con que se use, si se hace sobre personas y sobre que cultivos.

El juego del gato y el ratón entre cultivadores y fumigadores, dio origen a un perverso ciclo de deforestación-siembra-fumigación-nueva deforestación. Así, enormes zonas de la Amazonia y la Orinoquia, nuestros ecosistemas mejor conservados, sufrieron los efectos sociales y ecológicos del cultivo y la producción de narcóticos por una parte y de la fumigación para erradicarlos por la otra. Vastas áreas del Caquetá, el Putumayo y el Guaviare se han deforestado, sembrado y fumigado. En la Región Andina el valioso y cada vez más escaso bosque alto andino se tala para sembrar y se fumiga para erradicar, con severos impactos que van más allá de la deforestación, que es el más visible, pues se afectan las aguas, la fauna y la flora y naturalmente al ser humano y su actividad productiva.

El carrusel de la narcofumigación ha costado miles de hectáreas de bosques naturales, el arrasamiento de cultivos de pancoger de pequeños campesinos que conviven con los narcocultivos y su criminalización por carecer de alternativas válidas de supervivencia.

Lo más grave es que el resultado de esta depredación no ha tenido efecto sobre el problema de la drogadicción en los países consumidores; la oferta de droga en ellos no ha disminuido y el negocio parece estar más floreciente que nunca. Los beneficiados principales de la estrategia han sido los productores de los agentes usados para la fumigación y los fumigadores. Los perdedores todos los colombianos de hoy y del futuro.

¿Cuantas hectáreas más deberán fumigarse, cuantos campesinos más deberán arruinarse, cuantos bosques desaparecer y cuantos ríos envenenarse antes de que se evalúen pública y objetivamente los resultados de la fumigación y se cambie la lucha antidrogas de modo que una parte muy importante de la prevención y de los costos a la sociedad y al territorio para controlarla los asuman los consumidores? ¿No sería mucho mejor usar el dinero que se destinaría a la fumigación en los parques a cuidarlos y fortalecer su administración y vigilancia en lugar de pensar en desmantelarla?

Por Ernesto Guhl Nannetti