nouvelles sur la colombie  
     
 

2 mai 2003
EL TIEMPO
EDITORIAL
Una decisión delicada

 
 


Prohibir la aspersión aérea como fórmula para erradicar los cultivos ilícitos es una decisión que tendría profundas repercusiones políticas.

Una tutela pendiente de decisión en sala plena de la Corte Constitucional produjo cartas del Ministro del Interior a los magistrados y suscitó largas reuniones suyas con los líderes indígenas que la pusieron. Su preocupación es entendible: se trata de evitar que una política clave del Plan Colombia sufra un golpe mortal.

La tutela, presentada hace dos años por la Organización de Pueblos Indígenas de la Amazonia Colombiana (Opiac), pide suspender la fumigación en sus territorios, pues esta los priva de su derecho a un medio ambiente digno. Después de ser rechazada en primeras instancias, fue apoyada por la Defensoría del Pueblo, que alega que la fumigación, no solo sobre resguardos, sino en general, atenta también contra el derecho a la salud y a la vida.

La cuestión es mucho más que un asunto jurídico. A partir de la intervención de la Defensoría, estaría en cuestión no solo la aspersión sobre los resguardos, sino la fumigación en general. Un fallo favorable tumbaría una política que el Estado colombiano viene aplicando desde el presidente Samper y que es pieza clave de la relación con Washington en la lucha contra el narcotráfico.

En su carta a los magistrados, el Ministro argumenta: la tutela está desvirtuada por el largo tiempo que lleva en trámite; el Estado colombiano está obligado a fumigar, por la Convención de Viena y por un acuerdo suscrito con Estados Unidos en el 2001; la decisión jurídica de suspender las fumigaciones sería un atentado contra el mejor aliado del Gobierno; los efectos de la fumigación en el medio ambiente son deleznables comparados con el resultado de prohibir el único (a su juicio) método efectivo contra el cultivo.

Argumentos serios, pero también controvertibles. Que la tutela esté en curso hace dos años no es motivo para no considerarla. La misma Convención de Viena, que compromete al Estado colombiano a "erradicar" (no necesariamente a fumigar), lo obliga a hacerlo teniendo en cuenta "los derechos humanos" y "la protección del medio ambiente". Se tumbaría, en efecto, una política estratégica, pero como producto de una decisión de la suprema instancia jurídica del país. Por otra parte, de acuerdo con sus detractores, los efectos de la fumigación sobre el medio ambiente no son deleznables, mientras que otros métodos para combatir los cultivos ilícitos han probado su eficacia.

El más contundente argumento del Ministro es que aceptar la tutela sería emitir sentencia de muerte contra los demandantes, los indígenas. Al prohibirse la fumigación sobre los 597 resguardos indígenas de Colombia (que comprenden 30 millones de hectáreas, un 28 por ciento del territorio nacional), se estaría decretando un santuario, "una nueva Casa Arana", como bien lo dice el Ministro en remembranza del imperio cauchero exterminador de indios del siglo XIX, para que los grupos armados impongan a punta de terror el cultivo.

Dejar de fumigar sin más, ciertamente pondría en peligro extremo los territorios indígenas y sus habitantes y sería un golpe al corazón de la política estadounidense de guerra frontal contra las drogas en Colombia. Pero, por una parte, ya la fumigación sobre resguardos, así como sobre fuentes de agua, asentamientos humanos, parques nacionales y proyectos productivos, está vetada por el Plan de Manejo Ambiental del Ministerio del ramo. Por otra, la coca cultivada en resguardos no llega al 10 por ciento del área total de narcocultivos. Por último -y esto es importante- prohibir la aspersión aérea no significa prohibir la erradicación.

La cuestión de fondo es si se reemplaza un mecanismo controvertido y de efectos colaterales dañinos por otras medidas que pueden ser más rentables en términos de acrecentar la legitimidad del Estado y la eficacia contra el narcotráfico: la erradicación manual o voluntaria, ganándose a las comunidades con programas sociales, o el combate frontal contra 'chichipatos', intermediarios y compradores locales y contra el flujo de precursores químicos, o la drástica interdiccion aérea, fluvial y marítima, endureciendo una política de policía aún muy endeble. Medidas que, si se aplicaran con el mismo entusiasmo con el que hoy se fumiga glifosato, representarían, como la eventual legalización de la droga, una vía seguramente más eficaz para acabar con el criminal negocio del narcotráfico. Cuya economía ilegal -no hay que olvidarlo- financia el conflicto que desangra a Colombia.