nouvelles sur la colombie  
     
 

13 septembre 2003
EL TIEMPO EDITORIAL
Tierra, guerra y 'paras'

 
 

Si es alarmante que el narcotráfico posea casi la mitad de las mejores tierras del país, lo es aún más la razón por la cual lo ha podido hacer tan tranquilamente.

La Contraloría General de la República reveló en días pasados que más del 40 por ciento de las tierras fértiles del país -cuatro millones de hectáreas- han sido adquiridas con dineros provenientes del narcotráfico.

Podría parecer otra de sus rutinarias y ruidosas denuncias, pero en este caso se trata de un diagnóstico real. De una realidad que, además de ignominiosa, pone en evidencia una asombrosa laxitud y miopía del Estado colombiano. Esta masiva adquisición de tierras con dineros criminales, ayudados por sus brazos armados, ha estado acompañada del desplazamiento forzado de cientos de miles de campesinos.

En Colombia, entre 1984 y 1996, las fincas de más de 500 hectáreas duplicaron su superficie de 11 a 22,6 millones de hectáreas, en tanto que las menores de 5 hectáreas se redujeron sensiblemente, de 3,4 millones en 1985 a 2,2 millones de hectáreas en el 2001. Si se piensa que en los últimos diez años se ha despojado a campesinos que trabajaban su tierra (en Córdoba, Antioquia o el Tolima, por ejemplo) de una superficie parecida a la que les quitó hace medio siglo la violencia liberal-conservadora, sobran motivos para sindicar al Estado por ignorante o inepto.

Por ignorar que el problema agrario está, y ha estado siempre, en el meollo de nuestro conflicto armado. Por no entender que la creciente concentración de la tierra cultivable en manos de 'narcos' y 'paras' solo puede agravar las contradicciones sociales que alimentan la violencia en el campo.

La ineptitud del Estado es la de no saber utilizar las herramientas que ya tiene a la mano para corregir estas aberraciones. Como la extinción de dominio que hace más de siete años promulgó como el perfecto instrumento legal para golpear al enriquecimiento ilícito, confiscar las propiedades del narcotráfico y propiciar, de entrada, una radical redistribución de la tierra malhabida en beneficio del campesinado. Pero en este lapso solo ha expropiado la ridícula suma de 5.600 hectáreas y lo que se ha producido es todo lo contrario: una siniestra contrarreforma agraria, que es caldo de cultivo para una guerrilla que históricamente ha tenido su única base social sólida entre campesinos pobres y colonos marginados.

La tierra en Colombia, además de concentrada, está mal utilizada. Solo 7 por ciento de las tierras bien usadas se destinan a agricultura, mientras las áreas de pasto, que ocupan casi 42 millones de hectáreas, son más del doble necesario. Gracias, simplemente, a un sistema de catastro montado sobre avalúos ridículos e impuestos regalados, definidos por los concejos locales sujetos a las presiones de toda índole, que ha convertido al campo ocioso e improductivo en muy rentable fuente de acumulación de riqueza. Y la tierra, en una especie de botín de guerra.

Otra herramienta legal que el Estado no utiliza, propuesta entre otras en el Informe Nacional de Desarrollo Humano, es simple: acercar el avalúo catastral al precio comercial de la tierra y poner un impuesto que castigue el uso ocioso del suelo para que, de botín de guerra, la tierra se convierta en un mercado sano y se racionalice su uso. Esto toca intereses poderosos: ningún gran propietario -ni sus amigos en la política- desea pagar lo que debería por inmensas extensiones desperdiciadas. Pero, por hacerles el juego a unos pocos (los propietarios de fincas de más de 500 hectáreas no son más de 12.000), el país se está privando de una medida que puede desactivar los problemas estructurales del agro.

Capítulo aparte merecen las denuncias que el 'comandante Rodrigo', del disidente bloque Metro de las autodefensas, hizo hace poco a este diario sobre los cientos de miles de hectáreas que estarían en manos de los jefes paramilitares que negocian su desmovilización con el Gobierno. "Si Fidel Castaño se volviera a levantar de su tumba, volvería a caer en ella al ver que 'Don Berna', el sucesor de Pablo Escobar, es hoy el dueño de todas las tierras que él les repartió a los campesinos", dijo. Elemento importante en las conversaciones Gobierno-'paras', para determinar cuál es la tierra que van a devolver en compensación.

El presidente Álvaro Uribe, hombre de campo, podría ser el primero en abanderar estas propuestas. No sólo para impedir que la restitución de las tierras expoliadas por los paramilitares pase de agache en la negociación. Sino para asestar al narcotráfico un golpe donde más le duele y cortar de raíz una de las causas estructurales del conflicto. Para ello no se necesitan más impuestos extraordinarios ni más y más pie de fuerza. Tan solo los zamarros en su sitio.