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Junio 20 de 2004
REVISTA SEMANA.COM
Cultivos de uso ilícito y reforma agraria

Por Manuel Ruiz*

 
 


Manuel Ruiz, historiador y miembro del GAC, analiza la situación de Colombia frente a los cultivos y tráfico de drogas más allá de su relación con los grupos armados, y se centra en otro de las raíces del problema: una reforma agraria.

En la actualidad, la presencia de cultivos de uso ilícito en el territorio colombiano se liga exclusivamente a la presencia de los actores armados vinculados a su producción y a las innumerables organizaciones de narcotraficantes. Como principal fórmula para contrarrestarlos, el Estado colombiano ha seguido las recomendaciones impuestas por los Estados Unidos a través de su doctrina de la “guerra contra las drogas”, como la fumigación aérea y la extradición. Sin embargo, es necesario subrayar que tras la presencia de los cultivos de uso ilícito subyacen otras problemáticas, como la ausencia de una reforma agraria, que inciden en la permanencia y desarrollo del negocio.

Si ha existido algún elemento común de las políticas públicas colombianas para hacer frente al narcotráfico es su permanente discontinuidad. No se ha establecido un programa coherente que permita solucionar los desafueros producidos por esta industria ilegal en todos los ámbitos. Las diferentes posturas de los sucesivos gobiernos han sido determinadas fundamentalmente por unos intereses coyunturales, que responden a las necesidades políticas del momento y no atienden, con una perspectiva histórica, elementos centrales de la configuración estructural de la sociedad colombiana, como la tenencia de la tierra y la colonización.

La cuestión agraria ha sido una constante desde hace muchos años. Durante el siglo pasado se formularon infructuosas propuestas, sin que se adelantara un verdadero programa que permitiera una solución. En este sentido podemos mencionar: la Ley 200 de 1936, que fundamentalmente consistió en un reordenamiento de la propiedad; la Ley 135 de 1961, presionada por los Estados Unidos en el marco de la Alianza para el progreso; y posteriormente el “Acuerdo de Chicoral” en 1973. La reforma agraria no puede ser concebida simplemente como un término político en desuso, por el contrario, debe ser pensada como una necesidad imperante para generar un desarrollo sostenible de la economía nacional.

La crisis agraria ha estado relacionada con la ineficiencia en el aprovechamiento de la tierra en tanto no ha sido utilizada en forma intensiva y técnica, así como al grado de concentración de la propiedad(1). Esta situación, sumada a los factores de violencia, ha impulsado a poblaciones rurales a desplazarse hacia los límites de la frontera agrícola, colonizando territorios sin la presencia del Estado. En estas regiones consideradas como marginales(2), se han desarrollado posteriormente cultivos de uso ilícito y se ha contado con la mano de obra disponible para generarlos, pues sus habitantes se ven impulsados a buscar soluciones económicas más rentables para mantenerse.

Por otro lado, las políticas económicas implementadas en los últimos lustros, como la apertura económica, evidencian aun más el desinterés del Estado por el campo. Es precisamente el sector agropecuario el que ha sufrido las principales consecuencias de la política de libre mercado. El impresionante aumento de las importaciones de alimentos ha sido contraproducente para los pequeños productores, quienes no están en condiciones de competir con las nuevas características del mercado. Así mismo, es importante señalar que esta situación de crisis coincide con el acelerado aumento del número de hectáreas sembradas de coca en el territorio nacional(3). La creciente demanda de los países consumidores, el alto costo-beneficio de este producto ilegal con relación a otros tradicionales, y la ya mencionada crisis agraria, inciden en la continuidad y aumento de la producción de los cultivos.

La necesidad de una reforma agraria se sustenta incluso, más allá de las grietas del pasado, en la necesidad de afrontar el futuro económico del país en una dirección rentable. El Tratado de Libre Comercio, del que no podemos sustraernos en la actual sociedad globalizada, bien sea dicho de paso, podría llegar a tener algún beneficio para la ya maltratada economía nacional si se fortalece y se desarrolla el sector agropecuario. De lo contrario la crisis se agudizará aun más y la seguridad alimentaria correrá aun mayores riesgos, en un país con inmensas riquezas agrícolas.

No obstante, la posibilidad de realizar acuerdos bilaterales con otros países de la región, y en general cualquier esfuerzo que permita la industrialización y modernización del agro, no podrá llevarse a cabo con buenos términos, si antes no solucionamos nuestra problemática social y el conflicto armado. Mientras la inmensa mayoría de los recursos del erario público se destinen a alimentar una guerra sin fin, y sin una solución negociada que permita recomponer las estructuras básicas del país, las hectáreas sembradas con cultivos de uso ilícito se extenderán incluso más allá de la región cafetera.

* Historiador de la Universidad Nacional de Colombia, estudiante de DEA en la Ecole des Hautes Etudes en Sciences Sociales de París, miembro del Grupo sobre Actualidad Colombiana, GAC

1 Fajardo Montaña, Darío, Para sembrar la paz hay que aflojar la tierra. Bogotá; Universidad Nacional de Colombia, 2002.

2 Ramírez, María Clemencia, Entre el Estado y la guerrilla: identidad y ciudadanía en el movimiento de los campesinos cocaleros del Putumayo. Bogotá, ICANH-Colciencias, 2001.

3 Labrousse, Alain, Dictionnaire géopolitique des drogues. Bruxelles, Editions De Boek Université, 2003.