La razón
de ser de este panel reposa sobre una evidencia : las acciones
de los gobiernos y de los principales actores frente a las drogas
se inscriben en la relación que existe entre los Estados
Unidos y los países de la región andina, en el
marco de los conflictos post-guerra fría. La
primera especialista, Kimberley Stanton, es politóloga,
subdirectora del WOLA, Washington Office on Latin America,
especialista de la política exterior de su país.
Su ponencia trató sobre “La política exterior
de Estados Unidos frente a los cultivos de uso ilícito
en la región andina”. En su presentación,
Kimberley Stanton recordó que la “guerra contra
las drogas” apareció como doctrina de la política
exterior en 1968, y que los programas de ayuda antidrogas
de los Estados Unidos empezaron en los años 70 y se
reforzaron en los años 80. Ya en 1988 había
unas 200.000 hectáreas sembradas con coca en la región.
A lo largo de los últimos 15 años, grosso modo
se ha mantenido esta cifra, aunque la disposición de
los países que siembran ha variado.
Esta situación sigue así pese
al aumento significativo de los paquetes de ayuda de Estados
Unidos, que han estado especialmente enfocados hacia Colombia.
Esta ayuda está dirigida primordialmente hacia las
fuerzas armadas. Hasta el 11 de septiembre, se evitaba canalizar
estos rubros en asuntos de contra-insurgencia, pero desde
esa fecha la situación ha cambiado. Estas orientaciones
son realizadas por el Departamento de Defensa, antes que por
el Departamento de Estado. El presidente Uribe ha abrazado
esta ayuda para sus propósitos contrainsurgentes. En
los últimos meses, ha habido una ligera disminución
en el número de hectáreas sembradas de coca
en Colombia, como resultado de la fumigación. Sin embargo,
Kimberley Stanton sostiene que la experiencia histórica,
así como la no incidencia de esta disminución
en los precios de la cocaína en Estados Unidos, y la
aparición de nuevos cultivos, hace presagiar que la
tendencia a las 200.000 hectáreas cultivadas se mantendrá.
En segundo lugar intervino Francisco Thoumi,
economista, actual director del Observatorio sobre el crimen
y las drogas de la Universidad del Rosario de Bogotá.
En su exposición, Francisco Thoumi comenzó por
aclarar las premisas del problema: anotó que existen
pocos conocimientos sobre los efectos reales de las drogas,
o sobre la potencialidad de su consumo en sociedades vulnerables.
Tampoco hay consenso desde el punto de vista ético
sobre el uso de las drogas. Recordó que el mundo es
prohibicionista desde hace muchos años, como lo estipulan
antiguas convenciones. El problema es complejo.
Pese a esto, las soluciones son simples y están
llamadas al fracaso. Tanto en los Estados Unidos como en los
países andinos se invocan argumentos exculpatorios:
la responsabilidad se focaliza en el otro. Así, se
afirma que el mercado de las drogas enriquece a los Estados
Unidos. Desde el punto de vista económico, esto no
tiene sustento. En Estados Unidos dice que el problema es
de oferta, porque siempre debe haber un enemigo externo. Estas
condiciones dificultan el diálogo. En realidad, muchas
veces cuando hablamos de drogas, no estamos hablando de drogas.
Se expresan otros conflictos (puritanismo norteamericano vs.
pragmatismo europeo; puritanismo norteamericano vs. anomia
latinoamericana; expresión de las desigualdades sociales).
En los años 70, Colombia entra en escena.
Las políticas han sido de garrote y zanahoria, (estos
últimos están representados en los cultivos
de desarrollo alternativo), pero son políticas que
no se pueden evaluar, porque su fundamento es moralista. Lo
único que se puede evaluar es el número de hectáreas
fumigadas. Lo cierto es que los precios de la cocaína
no han subido en Estados Unidos. Hacia finales de los 90,
se produce el doble de cocaína que anteriormente, porque
la productividad por hectárea ha aumentado. Hoy, la
situación es mucho más compleja políticamente
y se han internacionalizado los conflictos internos, pese
a que el porcentaje de ganancia generado por la coca en los
PIB nacionales son mucho menores que en el pasado.
En tercer lugar intervino Alain Labrousse.
Sociólogo, autor de amplias investigaciones en los
Andes, África del Norte y Afganistán, Labrousse
expuso sobre “Grupos armados y tráfico de drogas
en América latina”. Recordó que la coca
es usada en América latina hace 2500 años, aunque
ya en la época incaica las clases militar y sacerdotal
intentaron monopolizar su uso.
La particularidad del comercio de las drogas
es su enorme valor económico después de varias
etapas de transformación. Esto explica en parte la
implicación de los grupos armados al margen de la ley.
Las Farc existen desde antes del auge del narcotráfico.
Sin embargo, desde los años 70 estuvieron enfrentadas
al dilema de participar o no en el tráfico. Su opción
fue entonces cobrar un impuesto a los campesinos por su cosecha
y a los comerciantes por la compra. En su discurso, las Farc
insisten aún en que los campesinos siembran coca porque
es el único producto que les permite sobrevivir y abjuran
de cualquier relación de su organización con
el narcotráfico. Los paramilitares, por su parte, siempre
han tenido lazos con la droga, como se evidencia desde la
creación del MAS hasta las declaraciones de Carlos
Castaño. Pese a esto, sólo en 1997 las autoridades
colombianas reconocieron los lazos de los parmilitares con
el narcotráfico.
A continuación, el profesor Labrousse
especificó la evolución de la relación
entre las Farc y la droga. Acorde con las declaraciones de
la 7 Conferencia nacional de la organización en 1982,
hay un cambio en la relación. Algunos frentes en zonas
estratégicas controlan zonas de producción,
otros se implican en la producción de la amapola. A
finales de los 90 son eliminados agentes intermediarios que
compran y venden la cocaína. Pese a esta utilización
de los recursos de la droga, las Farc siguen teniendo un enfoque
social del problema de los productores. En un municipio del
Caquetá, Cartagena del Chairá, propusieron un
ambicioso plan de erradicación que abortó con
el final de las negociaciones de paz, en 2002. Paralelamente,
los paramilitares realizaron una ofensiva en el sur del país
después de la demostración de fuerza de las
marchas cocaleras de 1996, en regiones controladas por las
Farc. Por esta razón, se han incrementado los enfrentamientos
armados por el control de territorios, más allá
de las razones de orden ideológico. Es difícil
estimar los márgenes de ganancias generadas por la
droga a estos dos grupos; algunos cálculos los sitúan
en 40% de los ingresos para las Farc y en un monto superior
para los paramilitares.
Finalmente, los lazos de las Farc con la economía
de la droga han conllevado su pérdida de credibilidad,
especialmente en Europa. Su caso ilustra tendencias más
generales observadas en guerrillas de otras partes del mundo
que han perdido el apoyo exterior para su financiación. |